Hoy me postro ante tu Cruz, cansada de andar, con los pies rotos, porque los caminos lejos de ti son tortuosos. Sí… y solo cuando los recorremos y pasamos después a los tuyos, podemos ver, vivir la gran diferencia.

Sí, vengo con los pies rotos de andar por el camino del poder: un poder que aleja a los otros, que nos hunde en una soledad sin sentido. Un poder que realmente te deja solo, que no es capaz de llenar la pequeñez del corazón.

Vengo con los pies rotos. He andado por el camino del tener y jamás experimenté tanto vacío teniéndolo todo. Muchos se acercaban, pero siempre por interés… Yo pasé a un segundo plano y el vacío se hizo inmenso, y nada de lo que poseía lo podía llenar.

Vengo con los pies rotos de andar por el placer y éste nunca llenó el vacío, sólo duraba unos minutos, pero en cuanto pasaba se esfumaba dejando una nada que desesperaba… Y entonces el placer ya no me servía.

Ahora veo tus pies rotos, pero con un sentido. Allí, crucificado, me enseñas el verdadero sentido de la vida: tus pies fueron destrozados por el poder, por el placer, por el tener, y tú simplemente lo aceptaste por Amor, por un Amor que nos llena y nos hace libres, porque lo hiciste en plena libertad.

Hoy, vengo con mis manos doloridas: sí, de amasar una masa dura, que no tenía sabor; que crecía, pero ahogaba; una masa que me llenaba de orgullo, de hacer por mi cuenta y no por amor, no por tu Reino. Mis brazos abrazaron con interés, mis manos tocaron para herir… Y hoy contemplo tus brazos abiertos esperándome, veo tus manos llenas de sangre… Una sangre que se derramó para rehacer lo que yo destruí con las mías.

Hoy, siento un dolor intenso en mi cabeza, de tanto haber proyectado lo que no era, de haber organizado lo que hacía mal, de haber pensado solo en mí… Y te veo coronado de espinas, diciéndome que en ti has crucificado todos mis razonamientos para que fuera realmente libre y tú fueras mi única razón de vivir.

Hoy vengo a ti con el corazón herido, porque cada vez que me levantaba me dolía el pecho por querer afrontar todo desde mí… Y veo tu herida abierta, manando sangre y agua que me lavan y renuevan para ensanchar mi corazón al Amor, al Amor verdadero, y no al que yo creía que era amor y que me ataba, no me dejaba decidir, un amor que me hundía en un sinsentido profundo, en una oscuridad que era más que una tiniebla, y Tú vienes a ser mi luz, vienes a dejar que mi herida se hunda en la tuya para así saber y gustar el Amor desde lo que soy y vivo.

Te veo solo y puedo quedarme absorta ante tanto derroche de Amor, dejando que tu Espíritu me abrace en todo mi dolor y mi arrepentimiento, y también me abrace en mis ganas de seguirte, de servirte, de AMAR.

Gracias, Jesús, por dar sentido al sufrimiento, aunque no lo entienda.

Yudis Isabel de la Santa Cruz, cd

Talavera la Real

1 comentario

  • Lucía C. de la Trinidad. Antequera.

    Señor Jesús: A tus pies, esos pies crucificados, dejamos a cada uno de nuestros hermanos de Ucrania, del Congo, de Sudán del Sur… de tantos países en conflicto… Porque solo ante tus pies descalzos y atravesados por nuestras propias violencias, conoceremos la PAZ del corazón.
    Señor Jesús: ten misericordia de este mundo nuestro. Amén.

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