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Ocho de diciembre, día en que celebramos la gloriosa imagen del cielo, a nuestra Madre Inmaculada.

Hoy en cada corazón debe resonar ese bello saludo del Ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo», este saludo es también para nosotros, que queremos estar en gracia de Dios, que queremos servirle desde nuestra sencillez, desde lo humano, con nuestras debilidades, pero ante todo con un corazón lleno de buenos deseos, sentimientos para con nuestros hermanos.

«Llena de gracia» —en el original griego kecharitoméne— es el nombre más hermoso de María, un nombre que le dio Dios mismo para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesús, «el amor encarnado de Dios». Son las palabras de nuestro querido Papa Emérito Benedicto XVI y que a lo largo del día debemos hacer nuestras, pues en María también hemos sido elegidos, porque ella nos ha dado a luz al Creador, lo dice san Anselmo en uno de sus sermones: “Dios es pues, el Padre de las cosas creadas; y María es la madre de las cosas recreadas. Dios engendró a Aquel por quien todo fue hecho; y María dio a luz a Aquel por quien todo fue salvado”; pero nosotros en Cristo, a quien ella dio a luz, somos elegidos, nos hacemos hijos en el Hijo; en nosotros también podemos engendrar a Jesús y darlo a luz, a eso estamos llamados en nuestra vida como cristianos. Nosotros, invitados a ser llenos de gracia, somos imagen y semejanza de nuestro Creador, igual que nuestra Madre.

María, mujer hecha de barro como todos nosotros, es la gloriosa imagen del cielo, ella se ha hecho pequeña entre los pequeños, se hizo hija de Dios.  Lo podemos decir con las bellas palabras de José Luis Martín Descalzo en su poema “Pequeña Esclava”:

Pero tú has mirado a esta pequeña esclava,
Has roto sus cadenas, has quebrantado su yugo,
Y le has concedido la única sujeción que es libertad:
La de ser hija y esclava tuya.”

Así se siente el corazón que quiere entregarse de lleno, desde su condición, al Dios que es todo amor; todo aquel que se ve pobre por sus pecados se va situando en un lugar muy cercano a la Salvación, porque entonces Dios será su necesidad. Como la Virgen, hemos de lanzarnos en manos de Dios, con la confianza del que en El todo lo espera y cree… y decir como María: Hágase en mí según tu palabra.

El Prefacio de la Solemnidad de la Inmaculada nos dice:

Porque preservaste a la Virgen María
de toda mancha de pecado original,
para que en la plenitud de la gracia
fuese digna madre de tu Hijo
y comienzo e imagen de la Iglesia,
esposa de Cristo,
llena de juventud y de limpia hermosura.
Purísima había de ser, Señor,
la Virgen que nos diera el Cordero inocente
que quita el pecado del mundo.
Purísima la que, entre todos los hombres,
es abogada de gracia,
y ejemplo de santidad.

Aquí encontramos una gran razón para acogernos a la Madre Pura, y tenerla como modelo de santidad.

Señor ven con nosotros, que nos has dado tu gracia y queremos agradarte con nuestras acciones, sabemos nuestra condición de pecadores, pero Tú María, ruega por nosotros, para que seamos completamente de Dios; Tú que eres Santuario de la gloria del Señor, Tú que nos proteges en la peregrinación por este mundo, guárdanos y guíanos.

Por Yudis Isabel de la Santa Cruz

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