Jerónimo Gracián nace en Valladolid, el 6 de Junio de 1545, hijo de Diego Gracián Alderete, Secretario del Emperador Carlos V y Juana Dantisco, hija de D. Juan Dantisco, Embajador del Rey de Polonia. Tercero de veinte hermanos. Inclinado desde muy pequeño a la lectura, su padre lo dedica a los estudios. Estudió Filosofía y Teología y adelantó tanto que no tenía veinte años cuando ya estaba graduado de Maestro por la Universidad de Alcalá.

Muy capacitado y preparado para ejercer grandes cargos; sin embargo su natural humilde y desprendido, hace que prefiera retirarse y escoger la pobreza religiosa; Al conocer la Reforma que la M. Teresa de Jesús estaba realizando y ser un enamorado de la Virgen, decide seguir este camino, tomando el hábito en la Orden, en Abril de 1572.

Santa Teresa, se da cuenta de los valores de los que estaba dotado el P. Gracián, ella nos lo describe como “hombre de muchas letras y entendimiento y modestia, acompañado de grandes virtudes toda su vida”. En él depositó la Santa, su conciencia y la Reforma que emprendió.

Nombrado Visitador apostólico de los Carmelitas Calzados y Descalzos de España y de los Descalzos de Portugal, hombre de mucho talento, pero al mismo tiempo apacible, bondadoso e ingenuo, ejerce su oficio con caridad y humildad.

Pronto comenzarán las envidias, calumnias y persecuciones; ya muerta la Santa, en 1592 es condenado a la privación de hábito, y a no poder ser otra vez admitido, ni en la Observancia ni en la Descalcez carmelitana.

El padre Jerónimo recurrió a Roma en demanda de justicia, pero sus enemigos se le adelantaron obteniendo por medio de Felipe II, que Clemente VIII confirmara la sentencia de expulsión. Pasados siete meses (junio-diciembre) sin conseguir resolver su caso, se dirigió a Nápoles, donde el Virrey no le quiso recibir por estar en desgracia de Felipe II.

Siguió su camino hasta Sicilia y acogido favorablemente por la señora del Virrey pudo desplegar su celo en un hospital (febrero-agosto). De vuelta para Roma cayó en poder de los turcos a la altura del golfo de Gaeta el 11 de octubre de 1593. Tras año y medio de cautividad, en la que demostró su caridad heroica y su celo apostólico arriesgando la vida por atender espiritual y materialmente a sus compañeros de desventura, fue rescatado por un mercader judío, llamado Simón, el 11 de abril de 1595.

Reconocida su inocencia por la Congregación de Regulares, Clemente VIII le otorgó, con fecha 6 de marzo de 1596, un Breve por el que se le concedía regresar a la Orden “como si nunca hubiera sido expulsado”; pero, ante la resistencia de algunos Descalzos a admitirlo de nuevo, el mismo Papa le recomendó, por amor a la paz, vistiese el hábito de Calzado. Y en él vivió hasta su muerte acaecida el 21 de septiembre de 1614.

En la Navidad de 1999, el Definitorio General de la Orden carmelitana descalza lanzó un mea culpa por el trato que el padre Gracián recibió de la Orden y fray Camilo Maccise, prepósito general, revocó la sentencia de expulsión dada contra él en 1592 “como gesto oficial de rehabilitación y de reparación por la injusticia de que fue víctima”.

Un año después, el Definitorio General, reunido en Roma en la Navidad de 2000, instruyó la Causa de Beatificación del padre Gracián, que inicia así sus pasos hacia los altares, cuatrocientos años después de su expulsión de la Orden.

Pensamientos:
  • La verdadera perfección consiste en la imitación de Cristo, por eso no siga otros pasos que los de Cristo Jesús.
  • Procure que ninguna cosa le entre en el corazón sino Jesucristo, para no hacer cosa, ni decir palabra, ni tener pensamiento, que no hiciera, dijera o tuviese Cristo.
  • Todo lo bueno es de Dios, venga por donde viniere y cuando Dios es servido, todas las dificultades se allanan. Tengo por experiencia que cuando más sinceramente dejamos hacer la voluntad de Dios, salen los frutos en mayor honra y gloria suya.
  • El camino de la Cruz es el más derecho para la bienaventuranza. Por eso quien se va acercando tanto a Cristo Crucificado, razón es que experimente más que otro a qué sabe la cruz de los trabajos. Aunque nunca falta un Simón Cirineo que ayude a llevar la Cruz.
  • El verdadero amor causa que el alma se aparte del amor de todas las criaturas y sólo se abrace con Cristo, poniendo en él solo toda su confianza.
  • El alma cuando llega a esta embriaguez de amor, no desea otra cosa sino Dios y más Dios, entonces dice: «Abre, Señor, ese corazón, dame morada en ese tu pecho, déjame entrar en esa fuente de agua clara, que vengo como el ciervo sediento a buscar defensa, amparo y refrigerio».