A Sevilla llega la Santa contrariando su deseo de fundar en Caravaca para las que traía escogidas las monjas, y obedeciendo un mandato del P. Jerónimo Gracián, Comisario Apostólico de Andalucía, al que acaba de conocer en Beas en la primavera del año 1575.

El relato fundacional lo deja plasmado la Santa con su mágica pluma en cuatro capítulos, del 23 al 26, de su Libro de las Fundaciones. Por tratarse, junto al de Beas, del itinerario andaluz por excelencia, aparecerá varias veces en estas páginas. Desde Beas precisamente hará el viaje la Santa, partiendo de allí el 18 de mayo de 1575, con seis monjas ponderadas por ella con estos términos: “eran tales almas, que me parece me atreviera a ir con ellas a tierra de turcos, y que tuvieran fortaleza, o por mejor decir, se la diera nuestro Señor para padecer por Él”.

Son ellas: María de San José, que viene por priora, Ana de San Alberto, María del Espíritu Santo y Leonor de San Gabriel, del convento de Malagón, e Isabel de San Jerónimo, del de Medina del Campo, e Isabel de San Francisco, del convento de Toledo.

¡Cuántas peripecias vivieron en el camino! El calor asfixiante al entrar en los carros, la Santa que iba con fiebre, aquella posada o pocilga “camarilla a teja vana sin ventana” y que “si se abría la puerta toda se henchía de sol…” El paso del río Guadalquivir en que los carros estuvieron a punto de irse al fondo si providencialmente no se hubieran detenido en un banco de arena. “…parte de las monjas estaban de rodillas clamando a Dios, -cuenta Julián de Ávila-, y parte de ellas ayudaban a tirar de la maroma, porque los hombres que allí nos hallábamos eran pocos para detener el barco…”

O lo sucedido el día de Pentecostés en Córdoba, inolvidable para todos, pues una vez conseguida la licencia para entrar, los carros no cabían por la puerta del puente. O lo sucedido en la Venta de Andino, que cuenta Hna. Leonor de San Gabriel en los procesos de Sevilla: “Viniendo de camino de Sevilla, cerca de una venta que llaman de Andino, estaban unos soldados y arrieros acuchillándose, sin orden que nadie los pudiese meter en paz, y sacó la M. Teresa de Jesús la cabeza de un carro en que venía, y con una sola palabra que les dijo ellos mismos se sosegaron, y se fueron en aquel campo cada cual por su parte.”

Grande eran los deseos de todos de llegar ya a Sevilla, donde también esperaban a Madre Teresa y a sus hijas grandes trabajos. La casa alquilada por el P. Mariano en la calle Armas, hoy Alfonso XII era pequeña y húmeda. Por otra parte, el arzobispo, D. Cristóbal de Rojas, se niega a darles la licencia necesaria para la fundación, solo les permite decir Misa sin toque de campana el día 29 de mayo de 1575. Fue necesario que el Arzobispo conociera a la Santa para concederle esta licencia…

En medio de la extrema pobreza surge un delicioso relato, el de María de San José, que cuenta en su Libro de Recreaciones (IX, p. 105) los principios de la fundación y los ajuares que encontraron a su llegada, que todo era prestado, y cuando los vecinos vinieron a reclamar cada uno su préstamo no les quedó “ni sartén, ni almirez, ni aún la soga del pozo”. La Santa no quiere dejar a sus hijas en esa casa, de modo que permanecerá en Sevilla más de un año hasta encontrar otra. Le ayudarán a ello el P. Garciálvarez, cura sevillano, que después hizo sufrir no poco a la Madre; el venerable prior de la Cartuja de las Cuevas, y su hermano Lorenzo, providencialmente llegado de las Indias. El 5 de abril de 1576 se harán las escrituras de la casa de la calle Pajería, hoy Zaragoza, nº 60, a la que se trasladarán con solemne procesión presidida por el Arzobispo hispalense el 3 de junio de ese año.

En carta a la Madre Ana de Jesús contará la Santa la terrible confusión sufrida al terminar esta procesión y ponerse de rodillas para recibir la bendición del Prelado antes de entrar al convento, cuando el Arzobispo hace lo propio poniéndose de rodillas ante ella para que lo bendiga. “Mire qué sentiría una mujercilla cuando viese un tan gran prelado arrodillado delante de sí…”

Teresita, hija pequeña de su hermano Lorenzo, nacida en Quito y huérfana de madre, será admitida en el convento por la joven priora María de San José, para quitar a la Madre la preocupación por su crianza y el escrúpulo de tomar esta decisión sobre un miembro de su familia. Quiere Teresa marchar a Castilla con su hermano Lorenzo y la niña al día siguiente de ponerse el Santísimo Sacramento. A su sobrina la Madre María Bautista hace el elogio de la priora que deja en esta Sevilla que es todo un desafío: “Grandes almas son las que aquí están y esta Priora tiene un ánimo que me ha espantado, harto más que yo. Tiene harto buen entendimiento. Yo le digo que es extremada para el Andalucía, a mi parecer. Y cómo ha sido menester traerlas escogidas.” Pero antes de partir, -que lo hará en la madrugada del día 4 de junio-, le espera a la Santa otra pequeña prueba. A ruego de la priora y de las monjas, el P. Gracián le manda por obediencia que “se esté quieta y se deje retratar”. Así lo cuenta el querido hijo de la Santa: “Me deparó Dios, estando en Sevilla, una mortificación que después de la confesión general que le mandé hacer, fue de las que más sintió, que fue mandarla retratar, que para ella tratar de hacer caso de su persona como se hace de los que se retratan, que parece que es señal de que quede memoria de ellos en el mundo, o hablar de su nobleza de linaje era lo que más sentía.” La comunidad sevillana conservará y custodiará siempre este retrato, que se expondrá junto a otras reliquias en una vitrina de la sacristía de la iglesia en la que será tercera y actual casa de esta fundación.

Porque sucederá que pasados dos años, la casa de la calle Pajería se revelará malsana; también la vecindad era poco conveniente y la priora se decide a buscar nueva casa. Hay un cruce de cartas con la Santa en que ésta se manifiesta contraria al cambio y enérgica con la joven priora a la que el tiempo dará la razón. Pero ni ella ni la Santa vivirán el traslado a la nueva casa en la collación de Santa Cruz, en la calle Balhorra o Banco y Morga, pues Teresa muere en 1582 y María de San José parte hacia Portugal en 1583 para implantar allí el Carmelo Descalzo fundando en Lisboa.

Será la M. Isabel de San Francisco la que lleve a cabo el traslado en 1586. Dará la licencia para hacerlo San Juan de la Cruz, a la sazón Vicario Provincial de Andalucía, firmándola en Granada, el 12 de abril de ese año. Las escrituras de estas “casas principalísimas” también están firmadas por él y será quien las acompañe. Así lo escribe el Santo a la priora de Caravaca en junio de este año: “Ya estoy en Sevilla en la traslación de nuestras monjas…” “Ya están en ellas, y el día de San Bernabé pone el Cardenal el Stmo. Sacramento con mucha solemnidad.”

Bienhechor de la comunidad y gran amigo del P. Jerónimo Gracián es D. Pedro Cerezo Pardo que aporta para la compra de la casa 6.000 ducados, además de ornamentos y piezas de plata para la iglesia. Será a él a quien, a la vista de los tiempos difíciles que se avecinan, entregará Gracián el libro del “Castillo Interior” o “Las Moradas” para su custodia. Lo traerá su hija Catalina, como parte de su dote, al profesar
en el convento, y cual preciosa joya de incalculable valor lo conservará la comunidad hasta el presente.