En el principio el Padre pensó en nosotros, pensó en toda la creación para dársela al Hijo, en el que se complace. En Él nos ama y nos da la condición de ser verdaderos hijos; y somos nosotros quienes podemos decidir de gozar en esta elección en la que el Padre nos quiere dar su amor:
Al que a ti te amare Hijo,
A mí mismo le daría
Y el Amor que yo en ti tengo
Ese mismo en él pondría
En razón de haber amado
A quien yo tanto quería.
En este hermoso romance de San Juan de la Cruz está la mirada amorosa del Padre que piensa en nosotros, en la creación.
Por su amor somos criatura con una vida y libertad propias, una vida y libertad que a veces utilizamos mal, libertad con la que muchas veces elegimos la miseria de las cosas que pasan, de lo que no es eterno, y el Padre cuando nos creó, nos creó para la eternidad y así nos mira.
Ya ves Hijos, que a tu esposa (creación)
A tu imagen hecho había
Ciertamente estamos hechos a su imagen y estamos llamados a reproducir esa imagen en nosotros. Muchas veces solo vemos nuestro día a día, y está lleno de rutina, y podríamos pensar: ¿ésta es la vida para la que estoy creado? ¿Solo es esto? ¿No hay más? Y sí, ésta es la vida, pero la vida con minúscula; lo que hacemos y vivimos es la vida, pero esta vida que es aparentemente pobre, la podemos enriquecer, la podemos hacer maravillosa, la podemos hacer eternidad, reproduciendo verdaderamente su imagen en nosotros; con solo vivir el hoy plenamente, poniendo todo nuestro ser, entregando todo – para amarte Dios mío, no dispongo más que de hoy- entonces hoy hagamos eso poquito que podemos, pero con intensidad, buscando la verdadera vida, la que nuestra pequeña mirada no ve pero anhela.
Jesús agradece al Padre el regalo de la creación, por eso se ha dado todo y no nos deja solos, siempre tiene la ternura de su mirada puesta sobre nosotros; no para juzgarnos, sí para amarnos. Él se hizo uno igual a nosotros, porque su Amor no tiene límites, se abajó para igualarnos a Él.
En los amores perfectos
Esta ley se requería:
Que se haga semejante
El amante a quien quería.
Tanto nos amó que se entregó en una cruz y el Padre por su gran Amor lo resucitó y aún más nos ha dejado su Espíritu Santo que nos une como hijos que somos; nos da su misericordia, vio nuestra miseria y tras mirarnos amorosamente no pudo más que amarnos entregándose todo Él.
Iré a buscar a mi esposa
Y sobre mí tomaría
Sus fatigas y trabajos,
En que tanto padecía,
Y porque ella vida tenga,
Yo por ella moriría,
Y sacándola del lago
A ti te la volvería.
Ahora quedemos en la contemplación de la mirada amorosa de nuestro creador que nos espera cada momento para darnos la redención.
Por Yudis Isabel de la Santa Cruz