La Anunciación. Teresa experimenta el misterio de la obumbración de la Virgen (como ella lo llama) y de su actitud humilde y sabia en la Anunciación (Cfr. Conceptos de Amor de Dios 5,2; 6,7).
La Encarnación. el misterio de la Encarnación y de la presencia del Señor dentro de nosotros a imagen de la Virgen que lleva dentro de sí al Salvador: «Quiso (el Señor) caber en el vientre de su Sacratísima Madre. Como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama hácese a nuestra medida.»(Camino Escorial 48,11).
El Magníficat. Por dos veces la Santa Madre ha tenido una experiencia mística de las primeras palabras del Cántico de María, el «Magníficat» (Cfr. Relación 29,1; 61).
La Presentación de Jesús en el templo. Se le revela el sentido de las palabras de Simeón (Relación 35,1): «No pienses cuando ves a mi Madre que me tiene en los brazos, que gozaba de aquellos contentos sin graves tormentos. Desde que le dijo Simeón aquellas palabras, la dio mi Padre clara luz para que viese lo que yo había de padecer».
La huida a Egipto. Tiene presente la huída a Egipto y la vida oculta de la Sagrada Familia en Nazaret. (Cfr. Carta a Doña Luisa de la Cerda, 27 de mayo de 1563, y Vida 6,8).
El misterio Pascual. Tiene una especial intuición de la presencia de María en el misterio pascual de su Hijo; participa con ella en la pena de su desolación y en la alegría de la Resurrección del Señor. A Teresa le gusta contemplar la fortaleza de María y su comunión con el misterio de Cristo al pie de la Cruz (Cfr. Camino 26,8). En los Conceptos de Amor de Dios (3,11) describe la actitud de la Virgen: «Estaba de pie y no dormida, sino padeciendo su santísima anima y muriendo dura muerte». Ha entrado místicamente en el dolor de la Virgen cuando se le pone el Señor en sus brazos «a manera de como se pinta la quinta angustia» (Cfr. Relación 58); ha experimentado en la Pascua de 1571 en Salamanca la desolación y el traspasamiento del alma (que es como una noche oscura del espíritu); todo ello le hace recordar la soledad de la Virgen al pie de la Cruz (Cfr. Relación 15, 1.6). En esta misma ocasión le dice el Señor que: «En resucitando había visto a nuestra Señora, porque estaba ya con gran necesidad… y que había estado mucho con ella porque había sido menester hasta consolarla» (Ib.).
Asunción. En varias ocasiones ha podido contemplar el misterio de la glorificación de la Virgen en la fiesta de su Asunción gloriosa (Cfr. Vida 33,15 y 39,26). Tiene conciencia de que la Virgen acompaña con su intercesión constante a la comunidad en oración, como le acaece en San José de Ávila (Cfr. Vida 36,24) y en la Encarnación (Cfr. Relación 25,13).
“Un día de la Asunción de la Reina de los Ángeles y Señora nuestra, en un arrobamiento se me representó su subida al cielo, y la alegría y solemnidad con que fue recibida y el lugar donde está. Yo no sabría decir cómo me ocurrió. Fue grandísima la gloria que recibió mi espíritu, viendo tanta gloria. Quedé con grandes frutos y me movió a desear más sufrir mucho y servir a esta Señora, que tanto se lo merece” (V 39, 26).
María y la Trinidad. Cuando en una altísima experiencia mística se le da a conocer el misterio de la Trinidad percibe la cercanía de la Virgen en este misterio y el hecho de que la Virgen, con Cristo y el Espíritu Santo son un don inefable del Padre: «Yo te di a mi Hijo y al Espíritu Santo y a esta Virgen. ¿Qué me puedes dar tu a mi? (Ib.)
Se puede afirmar que la Santa ha tenido una profunda experiencia mística mariana, ha gozado de la presencia de María y ella misma, la Madre, le ha hecho revivir sus misterios. Por eso es una profunda convicción de la doctrina teresiana que los misterios de la Humanidad de Cristo y los misterios de la Virgen Madre forman parte de la experiencia mística de los perfectos (Cfr. Moradas VI,7,13 y título del cap.; 8,6).