También hubo en la vida de las Carmelitas de Badajoz momentos fuertes de inquietud. Al ser destronada la Reina Isabel II en la Revolución de 1868 «la Gloriosa», se libraron de la expulsión de su monasterio gracias a un tío de una de las religiosas que pertenecía a los revolucionarios, pero perdieron los objetos de culto más valiosos.
Durante la Guerra de la Independencia, con la entrada de las tropas francesas en la ciudad en 1811, tuvieron que refugiarse por breve tiempo en casas de la vecindad. Tras la victoria del 7 y 8 de abril de 1812, una vez arreglado el Convento, pudieron regresar a él.
El 10 de octubre de 1910, huyendo de la Revolución que proclamó la República Portuguesa, llegaron
al Carmelo de Badajoz 18 monjas de Olivais, Lisboa, siendo distribuidas después por varios conventos, incardinándose en 1924 en el Carmelo de Ronda, y pasando finalmente las siete que quedaron de este grupo a Monte Estoril (Portugal) en 1936.
Durante la Guerra Civil española, fueron obligadas a salir del Convento, desde el 2 de agosto hasta el 27 del mismo mes, en que fue liberada la ciudad.
Hermanas Singulares
Dos religiosas relevantes de la Comunidad fueron las Hermanas Isabel de la Cruz (1752- x) e Inés de San José (1694-1763). Almas a las que el Señor les hizo experimentar gracias extraordinarias.
De Isabel se dice que fue como un ángel para todas sus hermanas. Hna. Inés tuvo los cargos de priora y maestra de novicias. Destacaron las dos por su espíritu penitente.
La Historia del Monasterio escrita por el Canónigo D. Francisco Mateos Moreno, bajo el título de “Historia de la Fundación del monasterio de religiosas Carmelitas Descalzas de Badajoz” fue publicada en el año 1930. Por su parte, D. Francisco Tejo, en 1754, escribió las “Noticias de los principios de este beaterio”.
En el convento de las Carmelitas Descalzas de Badajoz, las campanas tañen al rezo de Vísperas. Desde aquel nacer de la fundación hasta hoy, no ha cesado la alabanza al Señor que las convoca, y las hermanas que componen la comunidad actual, viven la paz que, traspasando los muros del convento, une el susurro de la oración al murmullo de las aguas tranquilas del Guadiana.
Dios vigila cada latido del corazón de los pacenses. Está presente en ellos, y en sus hijas descalzas que seguirán invitando a todos, cada día, al silencio y la alegría de los Carmelos de Teresa.