En la historia de la humanidad siempre ha existido la injusticia, la opresión, pero también han existido personas libres en medio de todas las opresiones, personas que han sabido que la felicidad no se encuentra en lo que ofrece el mundo, ni en esta vida, sino en lo que está en lo más profundo de nuestro corazón, en lo que dura para siempre.

Hace pocos días llegaba un mensaje a nuestro convento para ver el documental Salvados de la Sexta, era justo a la hora del recreo y en comunidad hemos decido verlo, se trataba del drama de los refugiados, por este medio hemos visto un poco de la realidad de los que están huyendo de la guerra, de la injusticia; de los que están buscando una vida mejor para ellos y para sus familias, que quieren realizar sus sueños, esos sueños que también tenemos nosotros, pero que en la realidad que vivían se veían imposibles, se lanzan a una aventura que no saben qué les traerá; los que trabajan en el rescate de todas estas personas tienen un mérito muy grande, ellos buscan respetar el derecho a la vida y es de admirar lo que hacen por aquellos que jamás han visto y que no saben si volverán a ver, en sus ojos se refleja el encuentro con el necesitado, se refleja la entrega de quien es tocado en lo más profundo por el sufrimiento, ellos palpan, cada vez que rescatan a estos hermanos nuestros, las llagas de Cristo.

En medio de todo lo visto nos preguntamos qué estamos haciendo desde la clausura, y la respuesta viene de la mano de santa Teresa de Ávila, “hacer eso poquito que es en cada una”, viviendo en plenitud nuestra vida de consagradas, y realmente damos totalmente la vida, buscando la unión con Dios, renunciamos a lo que no es por lo que Es, así en el día a día, en cada paso, en cada mirada, en cada silencio, en cada palabra entregamos todo lo que tenemos, que somos nosotras mismas por esos que hoy sufren y hacemos nuestro sus sufrimientos, ellos son inocentes, están para que nosotros veamos al Cristo que grita en ellos para que corramos a su encuentro.

Entregarnos en silencio y soledad es el mayor bien que hacemos, y aunque exista la colaboración física, ésta se agota, pero la del alma no lo hace; uno de los integrantes de la ONG Proactiva Open Arms que entrevistaban decía que los católicos nos acordamos de los necesitados, de los refugiados cuando el Papa dice algo, entonces ayudamos y después de un tiempo lo dejamos, y tiene razón en muchos aspectos, pero hemos de conocer realmente el corazón de cada cristiano y escuchar su súplicas de intercesión por cada persona que sufre, sin tener en cuenta nada, hay que mirar la entrega de tantos que en silencio lo dan todo para que muchos tengan Vida.

En nuestros claustros habitan todos los refugiados, porque ellos están en el corazón de cada monja, ellos están en el corazón de Dios.

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Yudis Isabel de la Santa Cruz

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