Señor te pedimos por los que causan la guerra, que no los olvidemos nunca, hay que interceder por ellos; es el susurro que oigo de una monja mayor, que desde su corazón pide por aquellos que ama; escuché en un canto: “¿Quién puede ver en ti al Hijo, al Amado de Dios?”  En un
borracho, en un asesino, en un encarcelado, en un mendigo… y verdaderamente es difícil.

Ésta monja ha podido llegar a la profundidad del Amor que no tiene límites, verdaderamente en su corazón ama al enemigo y ruega por los que nos persiguen; ella ama donde es difícil ver a Dios; un buen amigo dice que Dios no está en estatuas de maderas, que no sabe de idiomas ni colores, que camina en venas de dolor… que comulga en las manos del que asesinó, que va con borrachos, prostitutas, que  duerme en un banco de cartón… pero también dice que Dios saca de la basura al pobre, porque Dios no pone vallas al amor. Esto es muy cierto, cuando escuché a esta monja lo he comprobado, Dios no hace exclusiones en su Amor, aunque cueste verlo, creerlo o comprenderlo; Él está en el que menos pensamos, pero una mirada contemplativa como la de ésta monja o la de este buen amigo son capaces de verlo allí donde parece no estar presente; ésta mirada contemplativa nos hace libres, verdaderamente libres, porque vemos con el mismo Amor con que nos ve y ama Jesús, sin límites humanos , Amar nos da esa libertad que tanto anhelamos y deseamos, esa libertad que nos hace volar aunque nos quieran atar y en esta libertad, aunque haya miles de guerras tendremos paz y podremos darla junto a la alegría.

Un corazón contemplativo siempre está dispuesto a vivir el Amor en plenitud, sin hacerse partes, está siempre dispuesto a morir por todos; lo observas en la entrega de ésta monja que parece insignificante a los ojos de muchos, pero que es grande ante los ojos de Dios porque se ha hecho una con Él, lo observo en éste buen amigo que vive cada palabra que ha escrito con fuerza y fidelidad; ello
s igual que muchos cristianos y no cristianos cantan con San Juan de la cruz:

Mi alma se ha empleado

Y todo mi caudal en su servicio,

Ya no guardo ganado

Ni ya tengo otro oficio

Que ya solo en amar es mi ejercicio

Hoy, sin que nos demos cuenta, muchos viven en ésa séptima morada que nos habla Santa Teresa, amando en lo cotidiano de la vida,  algunos piensan que vivir en la séptima morada es estar en las nubes, pero se equivocan, es todo lo contrario, es tener los pies bien puestos en la tierra, con la mirada puesta al cielo en una entrega amorosa hacia los demás sabiendo que en ellos se sirve al que los habita a la Trinidad.

Por Yudis Isabel de la Santa Cruz,

Convento de la Inmaculada Concepción del Carmen – Talavera

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